martes, 23 de septiembre de 2014

22.- la última carta / Pablo Vergara Toledo

La última carta
Agosto 1988.

Queridos Luisa y Manuel:

Nuevamente tengo la oportunidad de comunicarme con ustedes, no así la Flaca, que sí está bien. Yo me aprovecho de este momento para decirles algo que siempre les he dicho: los quiero, los amo profundamente, soy feliz de tenerlos:
sencillos, valientes, heridos (pero no de muerte), viejos o jóvenes por fuera, pero profundos por dentro. Ustedes han demostrado que el amor profundo es capaz de dar tanta fuerza, tanta, no se lo imaginan. Con altos y bajos; con luces y muchos períodos de oscuridad, que es algo lógico por lo demás.
Estamos hechos de contradicciones, esta gran contradicción de la vida, pues existe ésta sólo porque existe la muerte. He sentido en este tiempo eso que hablaba Rafa: ?Te carcome los huesos, te azota contra el suelo, esto de negarse hasta la locura, y luego aceptar el camino?. Esto del compromiso anónimo, futuro, no con resultados inmediatos, la paciencia, la honestidad con uno mismo, primero que todo. Cada momento uno tiene que reafirmarse, levantarse, entender esto de que la ?buena nueva? es realidad.
Les contaré que he rezado mucho, mucho, he llorado hasta tiritar, he dudado, pero también he reído, la emoción a veces me ha llenado todo mi cuerpo.
Conocer tantas caras de mi pueblo, tantas cabezas gachas, tantos puños en alto, sentir esa soledad (compañera mía) pero a la vez saber que tanta gente te quiere. Que tenga un hijo, que dejé una compañera en ?lo de los ché?, a la cual creo amaba.
No me arrepiento de nada, lo digo con sinceridad, de adentro. Soy feliz, inmensamente feliz, aunque en mi corazón los santos, Eduardo y Rafael, no me dejan de golpear, me hieren, me aplastan, lloro, maldigo este régimen, esta historia, maldigo a los claudicantes, a los cobardes (precisamente porque lo soy), maldigo a los cómodos, a los felices en su mundo de mierda, su falso amor, su vida de pájaro.
Pero a la vez siento, no siempre sí, una tranquilidad. Cuando rezo termino llorando, y soy débil, estoy aprendiendo, recorriendo un camino que muchos otros recorrieron antes, los amigos caídos, los hermanos, los desconocidos, los humildes, los pobres, los postergados, los sencillos, los que no cachan una. Las miradas de algunos, como si te conocieran.
El afecto de jóvenes obreros, de mis compañeros. Los amaneceres y especialmente los atardeceres, la lluvia incansablemente consecuente, la naturaleza, los bosques, amigos del hombre nuevo, las montañas, reuniones interminables de animales prehistóricos, testigos de sufrimientos de nuestra América, esta querida América, aplastada, acostumbrada por encima, pero que se ha levantado, Cuba, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Perú, Colombia, Panamá; frutos y flores a punto de dar lo que tienen que dar.

Este camino es irreversible. Pero es un caminar de tanto sufrimiento, una vida es tan insignificante y tan universal a la vez. El aporte que uno haga es tan pequeño pero grande a la vez, tu vida se hace cada día más dura con más exigencias, pero a la vez la capacidad de amar se agiganta, gracias a esto continuamos luchando, viviendo, comiendo, venciendo la apatía, la flojera mental, el cansancio del corazón. Estamos en un período muy duro, pero es urgente vivirlo, asimilarlo, crecer para luego sentirte pequeño y verte, sentirte obligado a asumir otro peldaño de este caminar.

Creo que he descubierto mi vida, como algún día la haré plena, pero no quiero sentirme lejos de mis amigos, de mi gente; de hecho estoy con ellos, los siento en su sufrimiento, los miro sin que se den cuenta y me digo: ?estos son los míos?. Descubrir la cara de Eduardo y la cara de Rafael, la cara de Miguel, de Mauricio, de Arturo, de José Manuel, de Manuel, de Santiago, de Bautista, de tantos y tantos.
Estoy orgulloso de la sangre que corre por mis venas, de todo lo que llevo adentro, de todo el amor que he recibido, del odio que recibiré tal vez algún día, que será sólo la confirmación del amor: arma peligrosa, el querer amar es un camino sin fin para nosotros mortales, pero que debe, tiene que ser fruto de más amor, más felicidad para un mundo que cambia, está cambiando. Como nosotros cambiamos, como ustedes han cambiado, como yo he cambiado, la Flaca... y tantos que han cambiado y seguiremos cambiando, para bien o para mal; tal vez en algún momento seremos débiles y querremos no seguir cambiando, será el fin de un caminar pero Dios nos dé la fuerza para que eso no pase. La felicidad nuestra, parece, es precisamente todo lo que está pasando.

Fuimos muy felices en la familia, demasiado, debemos pagar a nuestro pueblo ahora esos momentos, en este mundo nada es gratis (término mercantil), menos el amor. Si queremos amar debemos precisamente sufrir, sufrir hasta que demos más, hasta que se extingan nuestros cuerpos. Creo allí entenderemos el milagro del sufrimiento, del sentido del amor, de esto que carnalmente es inentendible, por eso no podemos negarnos a esto, los ¿por qué?, los miles de ?porqué? que nos hacemos los iremos entendiendo, pero surgirán otros.
Nos estamos recién asomando a una especie de descubrimiento, pero que no es nada de nuevo, tan sólo estamos asomándonos a un espacio que pocos conocen. La mente humana, el corazón son elementos tan complejos, tan simples al parecer, pero debemos explotarlos, estirarlos y apretarlos como también acariciarlos. Esta nueva vida que se asoma a veces no la quiero, la rechazo, pero es negarme a mí mismo, a mi sangre, a mi cara. He aprendido a conocerme, a estudiarme, conozco cada día más mis virtudes pero mis interminables debilidades me quieren siempre arrastrar atrás, al pasado, a lo que viví plenamente; lo que a veces creo haber superado, luego surge nuevamente. Siento a menudo que soy inmerecedor de todo lo que he vivido, reniego de mis defectos, me tengo lástima, pero después me digo ?puta gueón, por quién llorái, por los que quieres o por ti?. Creo que las dos cosas son correctas, pero es algo que me preocupa permanentemente, pues el sufrimiento mayor es el de un pueblo aplastado por siglos; la sangre de los
caídos y el sufrimiento de mi carne a veces me enceguece, me alegro de conocer, de sentir esto. El Rafa vivió algo así, claro que mucho más profundo, fue, es un elegido, estoy convencido. Y Eduardo, mi querido hermano, con toda su bondad, su sencillez extrema, cosa que yo no he superado. Eduardo está donde está porque así lo quiso la historia y nuestro Dios; su cara de niño me mira siempre, me alienta a seguir. Pero es él quien me identifica pues éramos tan parecidos, andábamos juntos, hoy me acompaña a descubrir el camino que encontró el Rafa.
Yo lo quiero encontrar, le pido a Dios que me mire, que me dé la fuerza para hacer creer al pueblo en la libertad, en la igualdad, en lo necesario de nuestro Ejército Popular, único capaz de lograr los verdaderos cambios en un Chile de contrastes más violentos que cualquier guerra, hay que ser verdaderamente profetas de la revolución, pero no basta con querer serlo.
Entre nosotros, cuando rezo le he pedido a Dios: ?¡Elígeme, con todas mis pifias, con todos mis peros, elígeme por favor!?. El Jecho debe cagarse de la risa, debe decir ?Te falta?, porque aún no me elige. En mi búsqueda personal, me gustaría tener compañera pero en realidad no la espero, si llega llegará, pero si no, creo que por algo será. Es que todo lo que tengo adentro no lo puedo vaciar con una compañera, no es lo fundamental que me falta hoy, tengo tanto que no sé si vaciar o recibir, las dos cosas.

Queridos padres, no los quiero cansar, no busco apuntar mi carta a ningún otro punto que no sea comunicarme con ustedes. La Flaca no ha podido hacerlo pero estoy seguro que ella tiene muchas cosas que decirles, que llorarles (como yo lo hago aquí). Esta carta es para decirles los pensamientos que me cruzan. En pocos meses he crecido más que en mucho tiempo. Estoy maduro, me siento maduro, ya estoy perfilándome como adulto, como un revolucionario que quiere, que busca, que tiene mucho por atrás, alegrías y tristezas.
Odio los momentos vacíos, cuando pierdo el tiempo. Les contaré un secreto: hay una plaza cerca de donde vivo, todos los días paso por allí, le puse Plaza Hermanos... (poco original), pero es mi plaza, ahora estoy buscando qué árboles serán el Eduardo y el Rafael. Hay muchos pajaritos y ahora  empiezan a salir los brotes, en primavera será maravilloso, mi querida plaza, allí voy cuando me siento mal. Es mi espacio, allí me encuentro secretamente con los chiquillos, hablo con ellos, me digo a veces ?¿No estarís loco??.
Claro, esta tarea, esta lucha es de locos, los locos del amor. He visto tanta miseria, tanta injusticia que realmente al ver la televisión digo: este país es una locura, el imperio de la mentira caerá por la fuerza de una realidad que está aplastada, que nacerá, estoy seguro. El camino está trazado... ¡Ustedes lo dijeron!.

¡Con mucha fuerza!

¡Con esperanza en un futuro que nosotros vivimos como familia!

Los saluda, los quiere su hijo, el regalón.

¡Me alegra lo de los comités contra la impunidad, que vivan!

Este hombre que les escribe, es el mismo niño que criaron y tiraron al mundo, sigo siendo niño, espero no defraudarlos, amados padres. Nosotros estamos bien, es difícil que tengamos problemas. En el próximo año la cosa se pondrá más dura, ahora todo tranquilo. Los amo.

En agosto de 1988, Pablo Vergara Toledo escribió las que serían sus últimas palabras a sus progenitores, Luisa Toledo y Manuel Vergara. La misiva, redactada en algún lugar de Chile donde permanecía desde su vuelta clandestina, la conocieron sus padres al día siguiente de enterarse de la trágica muerte del tercero y último de sus hijos hombres.

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